Nacimiento del blog

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jueves, 10 de diciembre de 2009

Fuentes de Carbajal, Cuento de Navidad

Ahora que ya empiezan a aparecer las luces de Navidad por nuestras ciudades os propongo este cuento como felicitación de Navidad. Es un cuento escrito por mi prima Isabel Chamorro González, hija de Juliana, hace bastantes años, basado en la figura de nuestra abuela Pilar. Un cuento para todos aquellos que tuvimos como abuelas grandes mujeres "de negro".

Jesús Barrientos


SABES ABUELA…

Sabes abuela, hoy me gustaría tenerte cerca, mirando las grietas de esas manos que vagan constantemente por ese negro delantal.
¡Ay¡ Tus manos, acariciaron hijos, cogieron flores y enredaron entre sus manos algún copo de nieve.
Tus cabellos eran largos, blancos, sedosos, recogidos en un moño artesano. La mirada esforzada en leer cuentos que hablan de un 25 de diciembre, del amor, de la bondad de los hombres.
Si, me gustaría tenerte cerca porque mi memoria es frágil y aún tiernos los pensamientos para recordar esos momentos, aquellas Noches Buenas.
Las imagino así: el cielo encapotado, blanco, arropando la tierra como una madre arropa a su bebé. El frío, escondido en cada rincón, en cada palmo de tierra, hace que las flores se encojan para acariciarse con sus pétalos y sentir el cálido tacto del terciopelo.
¡Qué los pájaros hagan más fuertes los cimientos de sus nidos! nidos hechos con pajas, lanas que surcaron el aire prisioneras entre los picos de quienes tienen el privilegio de estar más cerca del sol.
El frío convierte el hogar en un lugar más acogedor, lleno de vida, con el vapor empañando los cristales de las ventanas, cristales empapados por el calor del carbón que muere gritando en ese color rojo intenso. Esos cristales eran el papel de unas manos infantiles, suaves, tiernas, que querían jugar a ser mayor y continuamente hacían garabatos que se deshacían y escurrían sobre la transparencia de los vidrios.
La cocina era pequeña, una silla baja se convierte en el centro de los deseos de todos, “¡la silla baja para mí!”, “¡no! ¡Yo me senté primero!”. Al final se convertía en el trono de esos negros vestidos, en el trono del cansancio de haber vivido. Allí se sentaba la abuela, con la mirada prisionera en esos pequeños ojos y ausente en el pasado del tiempo. Tenía que migar el pan, la hogaza guardada en el cajón de la mesa de madera era la materia prima de la comida, el símbolo de una forma de vivir. Ya se acomodaba con la fuente y el pan, la fuente en el regazo y el pan pegado al pecho. Nosotros, pequeños aún, rodeando su vejez como la tierra rodea con su movimiento el calor del sol.
Puedo oír en la fantasía del tiempo como la voz cansada, envejecida por la trama de la vida se convierte en melodía cálida. Sus palabras acariciaban la infancia de nuestras miradas. Esa voz se trasformaba para hablar de algo que dicen ocurrió hace mucho tiempo, un día en que también la tierra estaba arropada por la blancura de las nubes. Pero ese día también anocheció y la noche abrió su oscuro manto a la luz de las estrellas que eran como pequeñas luciérnagas iluminando la tristeza del mundo. Entre las luciérnagas siempre hay una que da más luz, de igual manera entre las estrellas había una cuyo vidrio brillaba tan plateado como el de la luna. Ese día había limpiado sus espejos, pidió algodón a la más blanca nube que encontró en el firmamento y frotó y frotó hasta que su luz fue suficiente para alumbrar al acontecimiento más esperado: nació el amor y lo hizo de la única manera posible, prisionero en los tiernos labios de un niño parido de mujer. El aliento de los animales calentó sus manos, sus pies… pero ante todo tenía una madre que le cantaba nanas, que le miraba y le miraba…
¡Ay esa voz! Una anciana venerando un niño.
Volvía el calor a empañar los cristales, casi llena la fuente de las finas migas de pan, la pequeña silla es testigo de que nuestra cara infantil se ilumina con aquella historia.
La abuela se levanta y con su paso parsimonioso, sin prisa, silencioso, desaparece, pero volverá… siempre vuelve.
Noche Buena y sólo sopas en el plato, pero las hacía la abuela, sólo sopas en el plato y unos niños impresionados por una anciana que rinde homenaje a un niño. Sólo sopas en el plato y la Navidad en el corazón.

Mª Isabel Chamorro González

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